Frank Báez
Santo Domingo
Teseo recogía el hilo de Ariadna
buscando la salida del laberinto
al igual que el sol que ahora recoge
su hilo por las calles de la ciudad y se aleja
a través de carreteras, moteles,
montañas azules a la distancia
y barcos que encienden sus luces,
al tiempo que un madero
flota tiernamente en las tibias aguas del Ozama
como una mano que dice hola
o quizás adiós.
Maullido
No he visto las mejores mentes
de mi generación y ni me interesa.
Treinta Años
Dentro de unas semanas voy a cumplir treinta años.
Comenzarán a salirme arrugas,
patas de gallina, papada.
Me crecerá de pronto un bigote tercermundista.
Perderé habilidades.
Adquiriré complejos.
Me pondré paranoico
ante la inminente caída del pelo.
Mi cancelación.
La cara en el espejo.
La disminución de neuronas.
El matrimonio.
Las deudas.
Las enfermedades de transmisión sexual.
La impotencia sexual.
A los treinta ya no enfrentas la vida
como un cazador de búfalos
sino como un tráfico que dirige el tránsito
y que teme que lo atropellen
y es que tienes más posibilidades de morir
que por ejemplo a los veintiuno
que fue la edad en que tomé una guagua a Cabarete
y me pasé la tarde y la noche sentado en la playa
mirando las olas del mar
y pensando en que caminaría entre las aguas
hasta ahogarme
como lo hizo la poeta uruguaya,
aunque al final desistí pensando en todos los poemas
que me faltaban por escribir.
O esa vez que bebía con una mujer ajena en un Car Wash.
O el tiroteo en Plaza Central.
O el año pasado que me metí en el mar
con un amigo ruso y las olas nos embistieron
semejantes a una manada de toros
que pensé que de esta no me salvaba nadie.
Llegar a los treinta gordo y con las posibilidades
de disfrazarte de Santa Claus en Navidad.
Tomando pastillas. Jugando la lotería.
Comprando productos bajos en calorías.
Empeñando prendas, licuadoras, anillos.
Visitando un psicólogo a escondidas.
Bebiendo los lunes con el equipo
de softball de la compañía.
Tener treinta y ser el hazmerreír de los poetas
de veintidós y veinticuatro.
Las musas siempre se van con los jóvenes poetas.
Tacharán mi teléfono y mi dirección de sus agendas.
Finalizada mi carrera de poeta
escribiré mi obra completa en el campo.
Todo mi público será un sarcástico gato.
A los 20 uno escribe poesía como si fuera un reactor nuclear.
A los 30 uno escribe como si fuera el operario del reactor nuclear.
Atravesaré los treinta sobre una tabla de náufrago
soñando que los cuarenta serán peores o mejores.
Triste como un vendedor de zapatos del Conde
retornaré de la oficina tarde en la noche.
No sólo tendré los zapatos mojados por la lluvia
si no también el ruedo de los pantalones,
las medias y los pies.
Breve conversación con el mar Caribe
Te cuento que el otro día conocí
al mar Mediterráneo y fue un poco
como conocer un actor olvidado.
Caminé por el malecón oyendo
sus olas que sonaban como
la tos de un Joe Pesci asmático.
Aunque más que un actor olvidado
el mar recordaba las momias que
exhiben en el museo del Cairo.
Nada que ver contigo, mar Caribe,
que esta tarde tienes tanto vigor que
parece que vienes del gimnasio.
No sé si te prefiero cuando
te tiendes manso y reposas como
un león en medio de la pradera.
O cuando te enfureces y ruges
e intentas sodomizar la costa
a la manera de Marlon Brando
en El último Tango en París.
Los pelícanos y las gaviotas se
te escurren de los dedos cuando
intentas atraparlos, es como si
quisieras salirte del lecho,
pero tus cadenas te sostienen
con tanta fuerza que no te queda
de otra que gritar y despotricar.
Di la verdad, ¿no te molestan
los cruceros con ancianos
y toda esa basura que te arrojamos?
Te hemos envenenado, contaminado.
El año pasado tus costas tenían
tantas algas que parecía que
en nuestras playas un turista
te contagió la sífilis.
Yo me dije esto se ve feo.
Y me pregunté si este no era el fin.
Pero en vez de mandar un tsunami
y desquitarte de nuestras ciudades
y borrar del mapa a Miami,
volviste a pacer tu rebaño de olas
que balaban en paz y en armonía
a lo largo y ancho de la costa.
¿Qué más te digo? Eres el mar
de mi infancia, me he pasado
la vida descifrando tus palabras.
Ambos hemos envejecido, pero
a pesar del paso del tiempo
sigo viniendo a este arrecife
a conversar contigo con la
misma inocencia de cuando
era niño y paseando por
tus playas recogí una caracola
y me la llevé al oído y tú me
hablaste por primera vez.
Frank Báez, geboren 1978, ist Dichter, Erzähler und Verfasser literarischer Reportagen. Zu seinen Werken gehören „Jarrón y Otros Poemas“ (2004), „Págales tú a los psicoanalistas“ (2007), „Postales“ (Costa Rica 2008), „En Rosario no se baila cumbia“ (2011) und „En Granada no duerme nadie“ (2013). Er wurde mit dem Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña ausgezeichnet und ist Mitglied des Spoken-Word-Kollektivs El Hombrecito, von dem zwei Alben erschienen sind.